Señora mía:
No puedo por menos de asombrarme de su afirmación acerca del desconocimiento que de mi persona alega.
Por contra, el autor de la presente, ha dedicado gustosamente gran parte de su tiempo a conocerla a usted en el más amplio y noble de los sentidos que imaginarse pueda.
Cómo olvidar su espontánea sonrisa al recibirme en sus brazos, el acelerado latir de su corazón tan cercano, sus suspiros de alivio al apaciguarle yo sus desvelos, su mano trémula en aquel principio de nuestro viaje, su mano férrea hincarse en mi brazo en los despegues, las noches al claro de manta y coche entre bosques o parkings, la Posada del Mar, la tersa piel encrespada, su cabello oscilante entre formas y colores, su decisión y energía y sus múltiples dudas, los sobresaltos mientras conciliaba el sueño (siempre escaso), las colas del cine, los mojitos, Los Oscos, Cudillero, Taramundi, Verona contigo, Venecia sin ti.
La he contemplado en silencio docenas de veces acurrucada a mi lado mientras dormitaba liviana, después usted abría sus ojos y amanecía el esplendor matutino de su sonrisa. El mundo entonces era un lugar habitable.
Señora, he recorrido cientos de veces todos sus poros entre miles de besos como para haber olvidado insensatamente tan grato periplo.
No esperaba yo ni que fuese tan flaca su memoria ni que tanta vida cayese en olvido.
No obstante, una vez puestas mis cosas en orden, y ya comenzado el próximo año, tendré ocasión de volver a presentarle a usted mis respetos y entregarle algún objeto de su propiedad que reciente e inopinadamente ha aparecido entre mis restos y que he decidido que emprendan su regreso a casa antes que yo.
Sin otro particular que desearle toda suerte de venturas, le saluda atentamente.